Así lo manifestó Jairo Andrés Peña, biólogo de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), quien investigó sobre la composición y estructura de este bosque, ubicado en la cordillera Oriental, en jurisdicción del departamento de Cundinamarca.
El lugar, que en 1987 fue constituido como reserva forestal protectora, tiene un gradiente altitudinal desde los 1.400 hasta los 2.100 metros y es un área estratégica para la protección de flora y fauna.
Para su investigación, el biólogo Peña hizo levantamientos y transectos, los cuales consisten en trazar una línea sobre el suelo tanto para hacer mediciones y observaciones como para tomar muestras de las plantas que interceptan dicho trayecto. “Esto permite estimar la altura de los árboles, el diámetro de los troncos y las coberturas que conforman el bosque de roble, entre otras variables, para conocer en qué estado ecológico se encuentra”, detalló.
Así mismo hizo recolectas generales para conocer tanto el estado forestal de la reserva como otros hábitos, como el crecimiento de plantas epífitas (que crecen sobre otras plantas), que permitan tener una mirada más amplia de la diversidad presente en este ecosistema.
Cinco especies endémicas
El investigador encontró 95 especies de plantas, cinco de ellas endémicas de Colombia: Epidendrum melinanthum, Sobralia odorata, Cuphea dipetala, Ditassa caucana y Kohleria warszewiczii. Después de estimar la cobertura y densidad del bosque, el roble se reportó como la especie predominante con respecto a las demás presentes allí.
Robles amenazados
Conocer la riqueza de la zona es muy importante porque el roble es una especie en situación de amenaza vulnerable, gracias a que su madera es bastante apetecida pues se utiliza para obtener carbón vegetal, por lo que ha estado expuesta a actividades extractivas.
“Son ecosistemas que están reduciendo sus poblaciones y cada vez se encuentran en menor proporción. La Reserva Forestal Protectora Cerro de Quininí es clave para conservar el roble, porque hasta el momento no había registros ni estudios del bosque en esa zona”, agregó el biólogo Peña.
La investigación evidenció que en este bosque se encuentran zonas con robledales maduros y otras en proceso de regeneración natural, es decir que la mayor parte de la población del bosque está compuesta por árboles jóvenes, lo que indica que a futuro puede restaurarse.
También se comparó el bosque de roble del Cerro de Quininí con otros presentes en la cordillera Oriental, y se encontró que este tiene características similares a ecosistemas de este tipo ubicados en Cundinamarca que han presentado degradación y extracción de madera, ya que comparten especies vegetales típicas de bosques secundarios que aparecen después de la alteración de los ecosistemas.
Por otro lado, debido a que el bosque ha sido intervenido, no comparte las mismas especies vegetales con los bosques del norte de la cordillera en departamentos como Boyacá y Santander, ubicados en zonas de conservación exclusiva. “Estos bosques no han tenido tantos procesos de intervención, por lo que la vegetación está mejor conservada y aparecen otras especies que no están en el Cerro de Quininí”, detalla el experto.
La investigación también responde al interés de la comunidad campesina que habita la Reserva por conservar su bosque. En este caso –agrega el investigador– se debe considerar la estrecha relación histórica y actual de los ecosistemas de robledal con las comunidades locales.
“Dentro de los estudios florísticos y de conservación para estos ecosistemas nativos es pertinente involucrar las visiones locales sobre el aprovechamiento, los servicios ecosistémicos y la apreciación cultural, ya que estos factores permiten plantear estrategias de participación comunitaria enfocadas hacia la conservación y el aprendizaje en torno a estos ambientes”, concluye el biólogo.
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Día Internacional de la Madre Tierra - 22 de abril
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