Es una buena noticia. Investigadores de la NASA han detectado que el agujero en la capa de ozono en la Antártida ha alcanzado mínimos que no se veían desde 1988. En esta región se mide regularmente el tamaño del agujero, con lo que se tiene un registro histórico preciso. El pasado 25 de septiembre la concentración de ozono llegó a un mínimo de 136 unidades Dobson. Esta cifra es el mínimo más alto desde hace casi 30 años.
Esta concentración mínima de ozono no es para nada abundante si se tienen en cuenta mediciones en los años 60. Antes de que empezaran a proliferar los CFCs responsables en su mayor parte del agujero en la capa de ozono, los mínimos estaban entre las 250 y las 350 unidades Dobson.
En 1985 los científicos detectaron por primera vez el agujero de ozono y se dieron cuenta de cuál era la causa. Los compuestos clorofluorocarbonos (CFCs), empleados en refrigeración, proporcionaban la base para la destrucción de esta importante capa de la atmósfera. El cloro –y también otros elementos, como el bromo– reaccionaba con el ozono en la estratosfera. El resultado es que esta molécula formaba por tres átomos de oxígeno se rompía en una molécula de monóxido de cloro y oxígeno en su forma estable (dos átomos).
El problema que se descubrió tenía tal envergadura que dos años más tarde se puso en marcha el Protocolo de Montreal. El objetivo: desterrar los CFCs. Poco a poco estos han ido desapareciendo y los científicos estiman que el agujero vuelva a los niveles de los años 80 en el 2070.
Ha sido un conjunto de circunstancias lo que ha propiciado que en la Antártida haya mayores concentraciones de ozono. Cada vez hay un mayor control en el uso de los compuestos CFCs, pero a esto hay que añadir las altas temperaturas. Las reacciones que destruyen el ozono para liberar cloro y bromo con oxígeno se favorecen mediante bajas temperaturas.
Las nubes polares estratosféricas, que se forman con temperaturas muy bajas, aceleran las estas reacciones químicas. Lo hacen al proporcionar una superficie para que los procesos tengan lugar. Por tanto, sin estas nubes, el cloro y el bromo no reaccionan tanto. Y, cuando las temperaturas son más altas, no hay tantas nubes.
Este es el motivo por el que el agujero en la capa de ozono empeora con el invierno del hemisferio sur. Pues la Antártida es donde está el principal orificio, el que se descubrió por primera vez en 1985.
Últimamente las altas temperaturas en la estratosfera han permitido que el agujero de ozono se cierre más aceleradamente. En septiembre la NASA midió el tamaño máximo de este año, 19,6 millones de kilómetros cuadrados. Esto equivale a 2,5 veces la superficie de Estados Unidos. En 2016, un buen año, el agujero aún era de 22,2 millones de kilómetros cuadrados en su máxima expansión. Las cifras dan idea de la mejora, teniendo en cuenta que la media de la extensión máxima anual, desde 1991, está en 25,8 millones de kilómetros cuadrados.
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Día Internacional de la Madre Tierra - 22 de abril
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