En 1974 Rowland trabajaba como profesor de química en EE.UU. cuando escribió un polémico artículo sobre los peligros de los CFC, los cloroflurocarbonos. La comunidad científica y la industria químico no sólo no lo tomaron en serio sino que se burlaron de sus hallazgos.
Veinte años después el científico recibía el premio Nobel de química por su trabajo.
Investigador de la Universidad de California en Irvine (UCI) compartió el premio con Mario Molina del Instituto de Tecnología de Massachusetts y Paul Crutzen, del Instituto Max Planck de Química en Mainz, Alemania.
"Hemos perdido a nuestro mejor amigo y mentor", señaló el decano de Ciencias Físicas de la UCI Kenneth Janda, al conocer la muerte de Sherry como le llamaban sus amigos.
"Salvó al mundo de una enorme catástrofe. Nunca vaciló en su compromiso con la ciencia, la verdad y la humanidad", subraya Janda.
Rowland y los cálculos de sus colegas llevaron a finales de la década de 1970 a algunas restricciones al uso de los CFC, que eran ampliamente utilizados como refrigerantes, en aerosoles, solventes y agentes para hacer espumas.
Sin embargo, no fue hasta 1985 cuando se le dio impulso a un tratado de prohibición de los CFC, el llamado Protocolo de Montreal. Ese año se confirmó que los productos químicos estaban provocando un agotamiento severo o "agujero" en la capa de ozono sobre la Antártida.
"Salvó a la Tierra de una tragedia"
El ozono, una molécula que se compone de tres átomos de oxígeno, es el responsable de filtrar la radiación ultravioleta dañina del sol.
El gas se produce y se destruye constantemente en la estratosfera, a unos 30 km sobre la Tierra. En una atmósfera no contaminada ese ciclo de producción y descomposición se encuentra en equilibrio.
Los CFC y otras sustancias químicas restringidas en Montreal ascendían a la estratosfera y liberaban bromo y átomos de cloro que luego actuaban como catalizadores de la descomposición del ozono. "Mario y yo nos dimos cuenta de que esto no era sólo una cuestión científica, sino un problema ambiental potencialmente grave que implicaría el agotamiento sustancial de la capa de ozono estratosférica", detallaba Rowland. "Sistemas biológicos enteros, incluyendo los seres humanos, estarían en peligro al estar expuestos a los rayos ultravioletas", explicaba el científico.
El agujero de la capa de ozono sobre la Antártida, que aparece en la primavera austral debido a la meteorología singular del polo, se ha estabilizado en los últimos años.
El agujero correspondiente al Ártico alcanzó su medida más grande en 2011, pero al igual que el sur se espera una recuperación a largo plazo ahora que el uso de los CFC está muy restringido.
Día Internacional de la Madre Tierra - 22 de abril
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