P. foetida es una enredadera que trepa elementos vivos o muertos como árboles o postes para competir por la luz del sol. Su flor es blanca, con detalles morados y una “melena” viscosa que desprende un olor desagradable.
“Es originaria de Centro y Suramérica, en donde también es considerada como maleza pero no representa una amenaza para otras especies. Sin embargo, en países como Australia, donde fue introducida artificialmente, es referenciada como una planta invasora que causa daños en fauna, flora y turismo”, explica Héctor Adiel Salazar González, magíster en Entomología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín.
Agrega que “allí esta pasiflora impide el crecimiento de otras plantas que son alimento de animales, obstaculiza el paso en algunas playas, y cuando se seca propaga incendios fácilmente. Por eso, aunque suelen retirarla manualmente, las autoridades siguen buscando estrategias y enemigos naturales para controlarla, especialmente en las regiones de donde es originaria”.
Aunque se sabe que en países como Colombia existen hongos, virus e insectos que modulan su crecimiento, la mayoría de estudios hechos hasta ahora son poco específicos. Por eso el investigador Salazar se enfocó en los insectos que se alimentan de ella, y que por ende pueden ser útiles y efectivos en las zonas donde es problemática.
“Estuvimos en Antioquia, Atlántico, Bolívar, Sucre, Córdoba y Santander, en donde se sabe que la planta está presente. Realizamos muestreos en 23 puntos, revisamos daños en las hojas, tallos y flores, y encontramos 9 insectos asociados; con algunos de ellos aportamos nuevos registros de su presencia en la planta, los colectamos de forma manual y los llevamos al laboratorio”, relata.
La muestra de insectos se clasificó taxonómicamente según sus características morfológicas, el estado biológico en el que están cuando dañan la planta (larvas, ninfas o adultos) y la parte específica de la que se alimentan (flor, hojas o tallo).
“En el municipio de Santa Fe de Antioquia encontramos una nueva especie de chinche (aún sin nombre) del género Pronotacantha sp., siendo este el primer registro de la especie para la ciencia. Por eso, tras concluir nuestra investigación, quedó en manos del investigador Dimitri Forero, profesor de la UNAL Sede Bogotá, quien seguirá con otros análisis”, agrega el magíster Salazar.
Él eligió estudiarlo a profundidad porque es uno de los insectos que ocasionan mayor daño al maracuyá silvestre y es fácil criarlo en laboratorio: el 88 % de los huevos fueron viables. Además, para observar y documentar por primera vez su ciclo de vida, sembró varias plantas en invernadero y dispuso los insectos en ellas.
Se observó que el huevo eclosiona en promedio a los 13 días de haber sido puesto; su estado de ninfa (o juvenil) tiene 5 fases que duran más o menos 27 días hasta que se convierte en adulto, y vive cerca de 55 días en total, por eso el magíster calculó que por una misma planta pasarían hasta 4 generaciones del bicho.
“Vimos que empiezan a alimentarse de las hojas desde su eclosión hasta la fase adulta, durante 14 minutos por ingesta, siendo la hembra la más agresiva (quizá porque necesita más alimento para la reproducción), pues en 10 días alcanza una severidad de 2,14 % mientras que el macho llega a un 0,44 %”, destaca.
Por último, realizó pruebas de preferencia para corroborar que Pronotacantha sp. prefiere a P. foetida por encima de otras similares, como Passiflora edulis o maracuyá comercial.
“Hicimos pruebas de elección y no elección. Pusimos los insectos en jaulas con plantas (alimento) específicas. En el primer caso combinando especies y en el segundo con una sola especie para observar cuál elegían, si sobrevivían o no. Así definimos que el insecto solo logra cerrar su ciclo biológico sobre el maracuyá silvestre, y por esa y otras especificidades lo catalogamos como posible controlador”.
Este estudio es un gran aporte para la ciencia colombiana e internacional, ya que deja nuevas rutas por transitar, por ejemplo, con el estudio de posibles patógenos que el insecto pueda transmitirle a la planta.
“También sería importante evaluar su capacidad de adaptación, que no resulte perjudicial para otro tipo de flora en el país de destino y que compense económicamente en contraste con los métodos de control actuales”, concluye.
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